Entrada 9: El albergue

Pese a la estupenda tarde que pasé con Carla, nada de nuestra relación cambió lo más mínimo. Al día siguiente, en el instituto, todo seguía igual. Sin embargo, era de esas veces que da rabia que un acontecimiento de ese tipo no altere una relación, como si nada hubiera pasado. Me entró la sensación de que necesitaba verla otra vez, verla como aquel día o simplemente verla a secas, pero más allá de las paredes del instituto. Pero, por desgracia, por su parte no parecía haber el más mínimo interés en hacer de aquello un pretexto para probar una noche de cine o de tomar algo juntos.

El paso de los días hizo que mis deseos de volver a “masajearla” se desvanecieran un poco para dar paso a la triste realidad; asumir que aquello fue simplemente algo anecdótico, una pequeña perturbación en nuestra relación que nunca volvería a repetirse. Al menos nada cambió, podía haber sido peor. Y no sé si quizá por despecho o frustración, volví a llamar a Marta.

Habían pasado dos meses desde que lo dejamos. Desde entonces nos habíamos visto en un par de ocasiones y a pesar de lo fría y distante que estuvo en ambas, nos volvimos a acostar una vez más. Le hizo ilusión cuando llamé y seguía igual de risueña y simpática como siempre cuando estuvimos cara a cara en el bar. Pero de nuevo, la sombra del “no hay nada que hacer” también tiñó mi encuentro con ella. Nuestra conversación fluía entre anécdotas más o menos divertidas con sus amigos y críticas sobre películas recientes. Pero en cuanto se tocaba el tema de nuestras clases particulares, la fluidez chocaba contra una pared de granito, se rompía y solo era capaz de recomponerse después cuando volvíamos a los temas mundanos. Aquella lejanía se hizo aún más patente cuando procuró evitar que su brazo tocara accidentalmente mi hombro durante uno de sus agitadas exposiciones. Ella era realmente hiperactiva, gestual y normalmente no respetaba ese "espacio físico personal" que existe en todas las culturas. Así que aquello fue el signo más evidente de que realmente no estaba excesivamente cómoda con mi presencia.

Nuestro encuentro terminó como empezó: con dos besos tiernos en la mejilla. Era como si, citando al bueno de Earl, el karma se hubiera puesto de repente en mi contra.

Entre tanto, llegó un viernes muy esperado por los alumnos. El instituto había organizado una salida de fin de semana a un albergue en plena naturaleza. Por supuesto, no era una actividad obligatoria, pero si recomendada pues a parte de ver algunos puntos de interés cultural, el objetivo docente era la concienciación sobre el cambio climático y el respeto por el medio ambiente. Para los chavales de bachillerato, el objetivo era bien distinto; juerga continua de viernes a domingo. Y aunque yo no estaba en esas edades, casi era lo mismo para mí.

Desde que salió la idea fui el primero en interesarme y por suerte me aceptaron. Desconocía a mis dos compañeros de excursión hasta que el día anterior, Carla se delató como uno de ellos con un “bueno, pues mañana nos vemos en el autobús”. Al otro lo descubrí un poco después y no me hizo tanta gracia. Era Martín, un profesor de biología pedante, algo retrógrado y áspero, no solo con los alumnos, sino también con sus compañeros. Sin embargo, después de aquella mala racha que estaba pasando, no iba a dejar que un señor rancio y mohíno me aguara mis perspectivas de fin de semana.

En el albergue esperaban dos monitores que nos acompañarían durante el fin de semana y nada más poner pies en tierra organizaron la primera actividad del día: una caminata hasta un pequeño cerro que había cerca. Por suerte nos podíamos quedar en el edificio para planificar los preparativos de las siguientes actividades, aunque, como era de esperar, Martín nos exigió que acompañaramos a los monitores en la caminata y que, además, ejercieramos más mano dura contra los chavales, ya que, a su juicio, habíamos sido demasiado permisivos e informales durante el trayecto. Dos alumnos de mi clase pidieron quedarse en el centro porque, al parecer, el viaje les había revuelto mucho las tripas y se sentían muy mal. Eso nos sirvió también de excusa a Carla y a mí para quedarnos en el albergue. Dejamos a los chicos en una de las habitaciones y Carla y yo fuimos a echar un vistazo por todo el centro para conocer un poco las instalaciones.

Volvimos a la habitación un poco más tarde para proponerles un pequeño paseo y entonces descubrimos la verdadera razón por la que decidieron quedarse. La puerta estaba entreabierta y se podían oír perfectamente los jadeos y gemidos de la chica. Carla y yo nos miramos e inmediatamente cotilleamos a través de la pequeña abertura.

La chica yacía en la cama, sólo con camiseta y con las piernas bien abiertas mientras la cabeza del chico se perdía entre ellas. Ella gemía y agarraba las sábanas mientras el chico parecía masturbarse mientras le comía el coño. Carla y yo mirábamos la escena entre asombrados y, ciertamente, excitados. No queríamos hacer el más mínimo ruido que perturbara aquella escena.

—¡Que hijo puta! —susurré yo.
—Ya ves, no son listos ni 'na'… que bien se lo montan.

Carla sonrío sin desviar su mirada lo más mínimo. Después de un rato que para nosotros se hizo muy corto, el chico paró y se puso en pie.

—¡Joder, vaya rabo que se gasta! —susurró Carla.

Y no era para menos. El chico, que era sumamente delgado, portaba un miembro que a primera vista parecía alcanzar sin problemas los casi 20 centímetros, lo cual, unido a su complexión hacían que pareciera aún más grande. La chica, con el coño empapado entre saliva y fluidos, no podía dejar de mirar ese miembro que en breve la iba a penetrar. Se dijeron algo imperceptible y el chico se tumbó, con su mano acariciando aún su polla. Ella se tumbó sobre él e inmediatamente se pusieron a hacer un 69. Desde nuestra posición solo podíamos ver a la chica metiéndose en la boca aquel desproporcionado trozo de carne erguido. Pese a sus esfuerzos, era incapaz de tragárselo entero.

Pude ver como Carla se mordía el labio inferior y después pasaba su lengua entre sus labios como relamiéndose. Era obvio que deseaba probar esa enorme polla y también podía imaginar lo mojadito que estaría su tanga en aquel momento.

—Es la polla más grande que he visto nunca. Pero bueno, la tuya no está mal tampoco, ¿eh?. —Carla dirigió su mirada a mi paquete y me regaló una sonrisa con otro mordisco de labio inferior integrado.

En aquel momento mi polla ya había alcanzado un tamaño y dureza considerables teniendo en cuenta que estaba a mil ante aquella surrealista situación.

—Pues imagínate como está ahora... —contesté yo.
—No quiero imaginármelo, quiero verlo.

Y diciendo eso echó mano a mi pantalón y bajó la cremallera. Bajó el boxer y sacó como pudo mi pene que, tal como se imaginaba, estaba duro y caliente. Lo agarró con firmeza mientras echaba otro vistazo por la puerta a ver que pasaba. La escena seguía igual sólo que con los chillidos y jadeos de la chica tapados por la polla del chico. Carla comenzó masturbarme y con la otra mano cogió mi brazo para dirigirlo a su falda. En apenas un instante tenía mis dedos hurgando por debajo de su tanga empapado. Con la otra mano comencé a sobar sus tetas por encima de la camiseta, pero ella no tardo ni un segundo en reaccionar quitándosela dejándolas al aire para que pudiera apretar sus pezones todo lo quisiera.

Comenzamos a suspirar más fuerte de lo normal y comencé a tener miedo de que nos pillaran o, peor aún, que pararan de hacer ese 69 por nuestra culpa y nos dejaran a medias con aquel precioso espectáculo. Las prácticas de la chica parecían dar fruto y cada vez su boca se tragaba mayor parte de polla, aunque aún le quedaba un poco para llegar a taparla por completo. No era el caso de Carla, que se agachó repentinamente y, como desesperada por hacerlo, se introdujo en su boca de una tacada mi polla hasta el fondo. Después lo fue sacando lentamente, apretando y saboreándolo en la punta. Y de nuevo otra vez dentro con un inevitable gemido mío.

En la habitación, ellos se habían levantado y ahora se besaban apasionadamente mientras seguían tocándose todo el cuerpo. También yo hice indicaciones para que Carla se levantara, intentando imitarles. La chica se dio la vuelta y apoyo sus manos contra la cama, dejando el culo en pompa para que aquella monstruosidad se introdujera en su cuerpo. Carla sonrió e hizo lo mismo, sin embargo, fue tal nuestra mala suerte que al girarse y estar tan próximos de la puerta, su brazo la golpeo y esta se abrió sorprendiendo a los chicos.

Sus caras desencajadas eran indescriptibles. Nuestras miradas no sabían a cual de los dos mirar, al igual que las suyas. Durante más de 5 segundos hubo el silencio más incómodo que se pueda imaginar. Cuando estaba a punto de hacer lo más lógico (cerrar la puerta y que cada cual siguiera a lo suyo), la chica hizo gestos con las manos, como invitándonos a entrar, no sé si por pura solidaridad o simplemente por morbo. Miré al chico y su rostro pareció aliviarse ante el gesto de la chica. Simplemente se encogió de hombros como diciendo “nos habéis pillado, ya qué más da”.

Carla me miró y ni lo dudamos. Era tal nuestro calentón que estábamos dispuestos a lo que fuera con tal de un espacio donde follar tranquilos. Cerramos la puerta con el pestillo y nos adentramos en la habitación. Carla se puso al lado de la chica, en la misma posición que ella. El chico y yo nos miramos con una expresión que se movía entre la alegría, excitación, confusión y asombro. Ahí estábamos los dos, a punto de follarnos uno a su compañera de clase y otro a su compañera de curro, mientras los demás hacían una caminata.

Casi al mismo tiempo empezamos a penetrarlas, cogiéndolas de las caderas y clavándolas hasta lo más hondo de un golpe. El chaval iba a un ritmo brutal, yo prefería ir más despacio, tomándome mi tiempo para disfrutar de la agradable sensación de estar otra vez dentro de Carla. Al mismo tiempo, no podía dejar de mirar el culo de la otra chica, pequeño, firme y enrojecido por los azotes que le propinaba su compañero. El chico tampoco quitaba ojo a la profesora, se veía descaradamente que también quería tirársela. Carla se derretiría si viera como aquel chaval con esa enorme polla miraba su culo con intención de metérsela por todos los lados. Éramos conscientes de que el intercambio iba a suceder. Y empezó a estar más cerca cuando Carla se aproximó aún más a la chica y comenzó a besarla sin que hubiera resistencia alguna por su parte.

Aquella visión hizo que el chico no pudiera más. Sacó su polla empezó a correrse como un animal sobre el culo y la espalda de la chica. Carla miró con descarado deseo y curiosidad como aquella enorme polla se vaciaba sobre su vecina. La chica se incorporó rápidamente y metió aquel enorme trozo de carne que aún se corría en su boca. Me dieron envidia, así que yo también saqué mi miembro del coño de Carla, esperando que ella también se incorporara para recibir la enorme corrida que estaba a punto de venirme. Y Carla se incorporó también. La otra chica seguía con ese enorme miembro en su boca, pero lo sacaba de vez en cuando dejando que enormes chorros de leche también bañaran su mejilla. Vio que la cara de Carla estaba a su altura y la volvió a sacar de su boca para ofrecer un chorro a su nueva amiga. Carla agarró su miembro con las dos manos y comenzó a menear haciendo que más y más leche brotara salpicándole en su boca abierta de par en par. Aquello parecía de broma, el chico no paraba de correrse como un animal. Seguía echando chorros enormes bañando por completo la barbilla y la boca de ambas, que se juntaron en un pringoso beso con la polla del chico aún palpitante y chorreante de por medio.

Carla decidió apropiarse de aquella máquina y no paró de ordeñarla con la boca mientras yo le ofrecía la mía a la alumna, que aceptó gustosa y ansiosa por seguir chupando. Pese a que ya se había “deshinchado”, Carla continuó para ponerle de nuevo a tono, no sin dificultad, pues tuvo que dejar escapar algo leche de su boca mientras mamaba pues la cantidad que el chico había echado la había desbordado por completo. Pero, desde luego, no estaba dispuesta a salir de aquella habitación sin sentir aquella cosa dentro de su cuerpo. Mientras tanto, yo continué lo que había dejado a medias con Carla. Tumbé a la chica en la cama boca arriba. Ahora podía observarla mucho mejor. Era preciosa, con el pelo largo y rojizo y una tez muy pálida. Me entraron unas ganas irrefrenables de comerle el coño. Abrí sus piernas y mi boca se aproximó a su entrepierna.

Sus gemidos retumbaban por toda la habitación. El chico la miraba de vez en cuando sin apartar mucho la mirada de los labios de aquella profe que le estaba intentando subir el ánimo otra vez. No sabía qué relación podían tener, pero intuía que tal vez eran novios o acababan de empezar a liarse, pero estaba claro que su supuesta dolencia para quedarse solos en el albergue no fue casual.

Cuando Carla volvió a ponerle duro, nosotros ya habíamos cambiado de actividad y ahora estaba penetrándola, pero esta vez, en el suelo. Carla se tumbo boca arriba y esperó a que su nuevo alumno se la metiera en esa posición. Un enorme grito pareció indicar que el esperado momento se produjo.

Durante un rato largo los 4 estuvimos follando, yo con la alumna y Carla con el alumno. Me pareció que la chica con la que yo estaba, era una auténtica ametrelladora de orgasmos. Mientras follábamos, ella se masturbaba, se corría y después metía sus dedos en mi boca. Yo los saboreaba unos segundos, los dejaba bien mojados y los volvía a poner en su clitoris para masturbarse. Así varias veces. Me encantaba el sabor de su coño. De hecho, deseaba que se corriera solo para que pusiera otra vez sus dedos en mi boca y notar otra vez su olor y sabor. Cuando hacía eso, me excitaba aún más y empujaba más fuerte y más salvaje. Cuando ya no pude más, la saqué y me acerqué a su boca, que aún estaba manchada de la enorme corrida que recibió antes. Me empecé a correr, gritando como un animal. Ella simplemente recibía con la boca abierta.

Perdí la noción de lo que estaba pasando a mi alrededor, pero estaba seguro de que Carla se estaba follando a aquel muchacho de todas las maneras posibles. Apenas unos minutos después, escuché unos fuertes gritos de Carla e inmediatamente después, unos alaridos del chico. Tras eso, una gran calma y silencio. No sabíamos cuánto tiempo había pasado, pero estábamos seguros de que empezábamos a correr el riesgo de ser descubiertos, así que nos vestimos, abrimos las ventanas para ventilar la habitación y actuamos con normalidad hasta que el resto del grupo volvió.

Comentarios

Clementine ha dicho que…
A ver cuando nos deleitas con la segunda parte de la historia, a veces seduce más leer un relato de esta índole que ver una peli erótica.

Saludos.

http://eldiario-declementine.blogspot.com/
Fer ha dicho que…
Me ha gustado mucho, además he de confesar que estoy enganchado, he leido todos los relatos. Además de estar de acuerdo con Clementine en lo de la segunda parte.
En serio, mis felicitaciones...
Un saludo.
Yoel ha dicho que…
Muchas gracias por los ánimos, en serio! :)