Entrada 1: Las clases de Marta (1)

Mi nombre es Yoel y tengo 32 años. Soy profesor de inglés de segundo de bachillerato en un instituto y también ocupo las tardes dando clases en una academia privada y clases particulares. No puedo decir que me vaya mal. Seré sincero; he fantaseado más de una vez con mis alumnas, pero nunca he llegado a obsesionarme con nadie ni a dejar que esas fantasías ocupen gran parte de mi tiempo. Al menos, no hasta que Marta me abrió la puerta de la locura. Con ella empezó todo y es la razón por la que escribo este diario.

Marta era una de las chicas a las que daba clases particulares. No iba a mi instituto, pero sus padres vieron mi anuncio en una parada de autobús y solicitaron mis servicios para ella. Francamente, no solo le iba mal en inglés, llevaba arrastrando varias asignaturas desde el inicio del curso, aunque más por desidia que por falta de aptitudes. Con sus 19 años, Marta aún vivía en la plenitud de la edad del pavo y su rebeldía se manifestaba descaradamente de varias maneras, entre ellas, por supuesto, falta de interés por los estudios y provocación ante cualquier símbolo de disciplina.

Marta era bajita, con el pelo negro como el azabache, largo y liso. Contrastaba con su tez pálida, extremadamente clara, como sus vidriosos ojos verdes. Su cara estaba ligeramente salpicada por pequeñas pecas que cubrían parte de su nariz y sus mejillas. Era una especie de belleza exótica que no se ajustaba al estereotipo mediterráneo. Acompañaba a sus bellas facciones una silueta esbelta, pero compacta. Sus curvas se ensanchaban ligeramente a la altura de las caderas, pero no en exceso. Y sus pechos podrían considerarse como "normales", pero su baja estatura los hacía parecer más grandes. Sin duda, su figura debía de ser el objeto de deseo de muchos de sus compañeros. Estaba seguro de que se habría tirado a la mitad de la clase. O, al menos, eso es lo que imaginaba en mis perversas ensoñaciones.

Desde el primer día que le di clases trataba de provocarme, simplemente como respuesta natural a su latente estado de rebeldía. No lo hacía de forma exagerada, sabía ser sutil, pero a todo le ponía su toque personal de morbo para intentar ponerme nervioso. Recuerdo que en una de las últimas clases llegó a enseñarme ligeramente su tanga, con la excusa de ser un regalo que le había traído un amigo que estuvo en Salamanca. Era negro y con una ranita verde impresa en la parte de delante.

Aquella tarde tenía clase con ella. Como siempre, su madre me abrió la puerta y me invitó a subir a la habitación de la niña. Mientras iba subiendo, la voz de su madre advertía desde el salón: “ya está aquí Yoel”. Ella contestó con un sonoro “¡vale!”, y tras golpear un par de veces en su puerta, entré en su habitación. Siempre era difícil concentrarme con ella, pero en esa ocasión pensé que iba a ser aún más complicado. Vestía una faldita muy corta de color negro y unos calentadores en sus tobillos. La parte de arriba la conformaba un top rojo que no dejaba lugar a la imaginación, ya que su ausencia de sujetador hacía que todo se marcaran perfectamente tras la licra.

—¿Qué tal Marta? Me habrás hecho los ejercicios, ¿no?
—Pues claro, qué poco confías en mi.

Ella sacó unos folios de su carpeta y los puso sobre la mesa. Los empecé a echar un vistazo.

—La verdad es que creo que están fatal, creo que no me he enterado mucho de lo que me explicaste el otro día —siguió ella.
—Bueno pues entonces lo volveremos a ver hoy, vamos a ver en qué has fallado.

Comencé a comprobar detenidamente sus ejercicios y señalando en rojo aquellas partes que estaban mal, anotando comentarios. Tras unos momentos, ella decidió romper el ambiente serio que se dibujaba en la escena:

—Oye, a ver si te veo algún día por ahí de marcha, ¿no?
—Bueno, yo últimamente no salgo mucho, tengo mucho curro.
—Estas hecho un abuelo, ¿o qué?
—No, me encanta salir, pero estamos en época de exámenes y... ya sabes, tengo que corregir muchos, planificar clases… Últimamente casi no tengo tiempo de divertirme.
—Qué pena, es que me encantaría verte borracho. Tienes pinta de ser muy gracioso cuando no das clase.
—¡Oye que dando clase también soy gracioso!
—Por eso, seguro que fuera eres aún más.
—Bueno no sé, lo típico.
—Seguro que eres el típico friki que lleva gayumbos de Batman o de los Simpsons y de cosas así.
—De todo menos de ranas.
—Hoy no llevo el de la rana —dijo riendo.
- ¿Ah no? ¿Y cuál llevas?

Sin casi darme cuenta había caído en su juego. Sin embargo, no me importaba, por primera vez estaba dejándome llevar al terreno que ella quería. Aquella tarde me sentía intrigado por ver cuánto de vana provocación había y cuánto de realidad. Ella sonrió y bajo su faldita ligeramente. Observé detenidamente su minúsculo tanga, negro y con los bordes rojos. Después empezó a girar lentamente sobre si misma y cuando estaba de espaldas a mi, bajo aún más su faldita mostrándome prácticamente la totalidad de su precioso culo. Por detrás, el tanguita apenas era un hilo de tela que desaparecía entre sus muslos. Se quedó ahí parada un momento como para que lo apreciara detenidamente. Después volvió a girar lentamente subiéndose la falda.

—¿Te gusta? Es de mis preferidos.
—Es muy bonito. Tienes buen gusto con la ropa interior. Yo la verdad es que soy un desastre.
—¿Ah si? A ver, enséñame tú los gayumbos y te lo digo.

Tuve ciertas dudas sobre si continuar por ese camino, pero hice caso a su petición y me desabroché el vaquero. Comencé a bajar mis pantalones mostrándole mis aburridos boxers naranjas. Ella miró detenidamente a mi entrepierna y después dijo riéndose:

—Parece que te ha gustado mucho mi tanga.

Miré hacía abajo y pude comprobar que en mis boxers había crecido un bulto notable. No llegaba a ser una erección, pero mostraba claramente lo animado que estaba después de haber contemplado la parte trasera de su tanga. Ella prosiguió.

—Pues te enseñaría también el sujetador para ver si también te gustaba, pero no llevo nada.

En ese momento, mi corazón empezó a palpitar muy rápido. Ya habíamos entrado en un terreno pantanoso y cualquier comentario podría ser un arma de doble filo. Durante unos segundos que parecieron horas, no supe bien como seguir. ¿Volvemos a las clases? ¿Continuamos con el juego? ¿Cómo? Casi sin meditar bien en las consecuencias, solté lo más honesto que me vino a la cabeza...

—Bueno, pues enséñame lo que hay que en su lugar.

Solté la bomba. Mi corazón se aceleró aún más. Desde este punto ya no había marcha atrás. Temía una contestación bruca. Sin embargo, ella sonrió pícaramente y comenzó a subirse lentamente el top, quitándoselo por completo. Ahí tenía ante mí sus perfectos pechos con forma de lágrima. Mi erección pasó a ser completa en ese momento y ya no era dueño de ningún tipo de pensamiento racional.

—Joder... Son... —balbuceé.
—¿Te gustan?
—Me encantan.
—¿Quieres...?

Y sin terminar la frase, tomando cada una suavemente con su mano, las acercó ligeramente a mi cara. Avancé rápidamente y me llevé una de ellas a la boca como un poseso. Estaba deliciosa. Apretaba su pezón entre mis labios y pasaba mi lengua. Lo mismo hice con la otra mientras mis manos las exploraban y agarraban. No paraba de mamar al tiempo que ella presionaba mi polla con su mano sobre el pantalón. Después me cogió la cabeza y la inclinó hacia arriba para que la besara.

Comenzamos a besarnos salvajemente. Nuestros cuerpos estaban pegados y las manos se perdían cada una en el cuerpo del otro. Era como si los 2 nos hubiéramos estado reprimiendo durante años. Le bajé el tanga por debajo de la falda, deseoso de probar su delicioso coño. Después me pegué bien a ella aplastando mi polla contra su vientre. Apretaba su culo presionándola hacia mí mientras nuestras lenguas se perdían en nuestra boca. Cada vez respiraba más fuerte. Su aliento me volvía loco, me ponía a cien. El hecho de estar liándome con mi alumna en su propia casa, con sus padres en el salón, le daban aún más un fuerte aliciente morboso. Mi mano empezó a acariciar la cara interna de sus muslos y poco a poco fui subiéndola. Por fin note su coño, completamente mojado. Le pasé dos dedos por toda la hendidura para empaparlos bien con su flujo. Los metí dentro y los volví a sacar, llegando ahora a su clítoris. Ella se abrió de piernas un poco más y pude comprobar con el tacto como su clitoris estaba duro y palpitante. Volví a introducirle dos dedos que entraron suavemente. Pero entonces ella me apartó repentinamente.

—Espera… ¿no tienes que corregir mis ejercicios?
—Bueno… sí, pero… puedo hacerlo luego –atiné a decir después de salir de mi asombro.
—No, quiero que lo hagas ahora. Siéntate y corrígelos.

A pesar de estar atónito, hice lo que me pedía. Me senté en la silla y miré los folios con cierta sensación de desilusión. Para entonces ya me había desprendido de los pantalones. Ella se puso a gatas y se metió debajo de la mesa. Ahora lo entendía. Me bajó los boxers y mi polla se escapó como un resorte golpeando en su barbilla. Ella la agarro fuerte con la mano y empezó a subir y bajar. Abrió la boca y empezó a pasar su lengua sobre mi capullo.

—¿Te gusta corregir así?
—¡Joder, sí!
—¿Alguna vez has imaginado esto?
—Joder, muchas veces, Marta...
—¿Quieres que siga?
—¡Sí!
—Dímelo...
—Métela en la boca.

Entonces ella obedeció y se metió toda mi polla en la boca, de una tragada. Con mi capullo en lo más profundo de su garganta empezó otra vez a sacarla lentamente… y de nuevo se la metió entera rápidamente. Poco a poco iba aumentando el ritmo mientras yo me sumía en el más absoluto placer. Aquella chica de tan solo 19 años me estaba haciendo la mejor mamada de mi vida. A medida que chupaba, enormes goterones de saliva iban cayendo por su barbilla empapando la silla. Durante varios minutos continuó frenéticamente su trabajo, denotando que disfrutaba lo que hacía con sus continuos gemidos y suspiros. Me estaba haciendo dudar entre correrme en su boca o esperar a follármela, pero, francamente, me moría de ganas por hacer lo primero.

—¡Joder, Marta, si sigues así me voy a correr!

Entonces ella me agarró de las caderas y me empujó aún más hacia ella aumentando el ritmo de sus tragadas. Dos enormes chorros de leche bañaron su garganta, momento en que se la sacó de golpe y con la mano dirigió mis chorros a su boca abierta de par en par con la lengua sacada. Otros dos chorros le empaparon los dientes y los labios. Un último chorro chocó contra su lengua y parte del labio inferior. Ella empezó a relamerse y tragar todo el semen que quedó alrededor de su boca. Grandes goterones de saliva mezclados con mi leche caían y resbalaban por su barbilla y labios cayendo a sus piernas. Me exprimió las últimas gotas a mano, con su boca en mi capullo, hasta dejarme totalmente vacío. Me miró y casi tuve otro orgasmo viendo a mi alumna con la boca bañada en leche sonriendo para mí como si nunca hubiera roto un plato. Después salió de debajo de la mesa y se puso de pie frente a mí. Se giró dándome la espalda y se inclinó reposando su cuerpo sobre la mesa. Tenía su precioso culo, con el que tanto había fantaseado, a mi entera disposición... (continuará)

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